Enero 2.021 Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero
Hay un momento en el que el corazón nos dice que se nos acaba de joder la vida. Ese momento es el resultado, el final, el desenlace de un montón de otras cosas que pasaron antes. Un se te acaba de joder la vida que avisa que si no haces algo al respecto la cosa puede terminar peor de lo que crees. Sobre ese momento-hueco en que parece que nos caemos y sentimos que no conseguiremos despegar, circulan la mayoría de las historias de «Pelea de gallos» de María Fernando Ampuero (Páginas de Espuma), un cuentario desgarrador donde caben sin embargo pequeños instantes luminosos.
La violencia que todo lo toca
Lo más destacable de «Pelea de gallos» no es la forma sino la intención. No destacan los relatos por una innovación estética en la estructura de la trama sino por la fuerza que subyace en cada palabra que se dice (y las que no). Ampuero trabaja con la violencia normalizada y la usa de masa para engendrar criaturas más o menos desgarradas. Esa violencia, que proviene de los silencios familiares y se extiende a las relaciones de amistad y de pareja, esa violencia que tiene un eco seductor y perverso que puede jodernos la vida de un instante al siguiente. Sobre ella se centran la mayoría de los cuentos y se construye una obra potentísima y sincera.
Por otro lado, María Fernanda Ampuero escribe con crudeza pero con un dominio de lo breve que me ha asombrado profundamente. Hay en ella una voz soberbia que grita por hacerse oír, y lo consigue. Te sientes atrapada desde la primera página y te sumerges en esa extrañeza que producen ciertos libros y que te lleva a desear habitar en ellos para siempre, por retorcido que pueda resultar en este caso.
La intencionalidad de lo breve no sólo la vemos reflejada en la concisión del lenguaje sino en la elección de cada título que consiste en una única palabra-nombre-identidad. Algunos de los que más dejan en evidencia esa actitud por lo breve, pensando en su estructura y su trama, son «Pelea de gallos» y «Cloro», no porque necesariamente sean los más cortos, sino porque parecen estar llenos de ventanitas que dan hacia otra parte, que permiten reflexionar, observar, cosas que no están en escena pero que forman parte de ella. Lo breve no como la certeza de que la vida puede asirse, sino como un espacio donde soltar muchas chispas, casi invisibles, que permitan la conformación de una realidad más compleja. La forma en la que Ampuero consigue esto es asombrosa.
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