sábado, 28 de febrero de 2015

Marzo 2015. El afinador de pianos, de Daniel Mason


En plena época victoriana, el prestigioso y apacible afinador de pianos Edgar Drake, especializado en los delicadísimos Erard, es requerido por el ejército colonial británico para hacerse cargo de un ejemplar muy especial, que se halla en posesión del erudito comandante médico Anthony Carroll, quien apacigua a las tribus lo cales con su dominio de la música y la poesía. Carroll había exigido el preciado instrumento tiempo atrás como condición para permanecer en su puesto en el corazón de la selva birmana, y continuar así con su estratégica misión pacificadora.

La historia se desarrolla en 1886, en las selvas de Birmania. El protagonista, un hombre de mediana edad llamado Edgar Drake se le encomienda por orden del Departamento de Guerra Británico el reparar un raro piano Erard de cola perteneciente a un doctor del Ejército llamado Anthony Caroll. Caroll, quien es raíz de muchos mitos, encargó que le enviaran su piano con el fin de lograr la paz y la unión entre los príncipes de Birmania para así fomentar la expansión del Imperio Británico. Debido a la extrema humedad que habita en el clima tropical, pronto es catalogado como inservible y horriblemente desafinado. La "misión" de Drake se vuelve vital para los intereses estratégicos de la Corona. Lo que comienza como una simple aventura militar lleva a un remolino de complots e intriga mientras que el médico de la milicia es culpado de traición, el afinador de pianos recurre con el cirujano mayor en contra de los deseos del personal militar, e inesperadamente está rodeado de un exuberante entorno lleno de expectación.

La acción se inicia con una carta, fechada el 24 de octubre del año 1886 y remitida por el Ministerio de Defensa Británico, enviada a Edgar Drake, un afinador de pianos que vive apaciblemente en el Londres victoriano con su joven esposa Katherine (él tiene 41 años). Se solicita su colaboración para afinar, en Birmania, un delicado Erard propiedad del Comandante Médico Anthony J. Carroll. Aunque con métodos poco ortodoxos, el comandante Carroll ha conseguido pacificar la turbulenta región de los montes y meseta de Shan y el ejército ha accedido a sus “caprichos” -primero el envío del piano y después de un afinador que lo recompusiera tras el viaje a lomos de elefante- ante la amenaza de no continuar con su trabajo. 

Se trata, sin duda, de un militar atípico. Drake “pensó que aquel doctor le iba a caer bien; no era habitual hallar palabras tan poéticas en las cartas de los militares. Y él sentía un profundo respeto por los que encontraban un lugar para la música en sus obligaciones” (pág. 32). El encargo supone para Drake todo un reto, no tanto físico como personal, y después de un largo viaje por el Medio Oeste e India, llega finalmente a Birmania, que le atrapa con la misma fuerza que la hermosa Khin Myo. El afinador realiza su cometido e incluso da un concierto para una selecta audiencia interpretando a Bach. Pero Carroll quiere ahora algo más de Drake: que le ayude en el desarrollo de su trabajo y su particularísima visión de la relación con los nativos. Y como todas las locuras también esta acaba en tragedia: “Y si no hablan de las lluvias, ni de Mae Lwin, ni de un afinador de pianos, es por el mismo motivo: porque llegaron y desaparecieron, y la tierra volvió a secarse enseguida.” (pág. 372).

El volumen se divide en dos partes claramente diferenciadas -incluso formalmente-: el viaje y la estancia en Birmania. La primera resulta un tanto extensa, y no por las doscientas páginas que debemos leer hasta encontrarnos con el excéntrico comandante Carroll, a quien ansiábamos conocer desde la referida carta, sino porque algunas de las sub-historias narradas por algunos compañeros de viaje se antojan superfluas y un tanto inconclusas. 

La segunda parte es mucho más poderosa y es entonces cuando somos verdaderamente conscientes de la dimensión artística de la obra y de la potencialidad narrativa de su autor. La simbiosis Drake-Carroll tiene la misma fuerza dramática que aquella entre Marlow y Kurtz: “Dicen -escribe Drake a su esposa- que un hombre obsesionado por un piano tiene que ser propenso a otro tipo de excentricidades, que no habría que confiar en él ni destinarlo a un puesto tan crucial. […] me cuesta aceptar ese punto de vista, pues si cuestiono al doctor me cuestiono a mí mismo.” (pág. 181).


Sin duda esta novela tiene un valor intrínseco innegable -verán como no tarda en versionarse para el cine-; y tan cierto como ello es que si Mason logra limar pequeñas deficiencias tonales y dialogales se convertirá en uno de los autores norteamericanos más importantes del siglo que acabamos de estrenar. 

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. "(Los afinadores) ... sus caricias son mas delicadas que las de los pianistas, porque sólo ellos conocen el interior del piano...
    ...cuando las palabras no sirven, siempre queda el tacto..."

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  3. "...Todavía era de noche, y un gajo de luna corría por el cielo entre indecisas nubes de lluvia..."

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