viernes, 10 de diciembre de 2021
Diciembre 2.021. El nadador de Zsuca Bánk
lunes, 15 de noviembre de 2021
Noviembre 2.021. La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz
Comenzamos por un autor norteamericano contemporáneo.
El protagonista, Óscar, es un joven de raíces dominicanas que vive con su madre y hermana en un gueto de Nueva Jersey. Tras una infancia normal, “la adolescencia temprana le golpeó de forma especialmente fuerte” y Óscar se transformó en un joven desmesuradamente obeso, feo. Obsesionado por las mujeres, Óscar, un antihéroe, se enamora perdidamente de todas las que conoce, pero ninguna le corresponde.
Esta sensación de perpetuo fracaso amoroso marca su vida y le lleva a convertirse en un friki solitario con “un compromiso absoluto con la literatura de género”: ciencia ficción, cómics, literatura fantástica, Tolkien, juegos de rol. La novela comienza contando la vida de Óscar en Nueva Jersey, sus estudios, la relación con su familia, sus rarezas, sus lecturas y aficiones, sus depresivos estados de ánimo y su agobiante obsesión por el sexo y las mujeres…
Pero Óscar, según los dominicanos, es víctima de un fukú, una maldición familiar que se extiende a través de varias generaciones, aunque él no sea consciente de ella. Y esa maldición tiene su origen familiar en la historia reciente de la República Dominicana, en los años de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, que controló el país con mano de hierro desde 1930 hasta su asesinato en 1961.
Junto con la historia de Óscar, una víctima más de esa extraña pero contundente maldición, se cuentan también las vidas de su hermana Lola, su madre y su abuelo. Cuando el autor desentraña las historias familiares de varias generaciones, la novela sube en interés y en calidad, pues los aspectos históricos y sociológicos están muy bien captados por el autor, que combina un tono humorístico con otro elegíaco y costumbrista, muy logrado. Pero la novela está traspasada de un erotismo y un sensualismo avasalladores, pues el sexo parece ser la única preocupación de todos sus protagonistas, unos por sus conquistas -el narrador y las mujeres- y otros por sus ridículos fracasos -la desgraciada historia de Óscar-.
Junto con la vida en Estados Unidos de estos personajes se describe también la vida actual en Santo Domingo, la capital dominicana, a la que acuden de viaje los protagonistas para no olvidar sus raíces.
Junot Díaz cuenta todo esto de una manera un tanto deslavazada, como dejándose llevar del ritmo vital del Caribe, sin agarrarse a sólidas estructuras y dejando que la novela avance de una manera aparentemente caótica. A ello contribuye un estilo vivo y caribeño, una especie de criollo con palabras y expresiones intercaladas, propias de los emigrantes dominicanos. El narrador es un personaje cercano a la familia, un antiguo novio de Lola, que aspira a convertirse en escritor. Pero también, en ocasiones, son los propios protagonistas los que cuentan su historia, como es el caso de Lola. En este sentido estructural y estilístico, la novela despista un tanto a los lectores, pero aquí reside en parte su atrayente originalidad.
Nos vemos el próximo 17 de noviembre a las 20 h. en el Centro Cultural Azarbe de Zaratán
viernes, 22 de octubre de 2021
SESIÓN INAUGURAL CURSO 2.021/22
Temas tratados:
Elección del plan de lecturas del curso.
Tras la votación de las propuestas hechas, el programa de lecturas será:
Juego de "Book Hunter"
La participación en el juego se realizará de forma voluntaria por parte de los miembros del club.
Se utilizará el Whatsapp como medio de comunicación.
El área de actuación se circunscribirá a Zaratán y Parquesol
Concurso de relatos
Se realizará un concurso de relatos mensual en el que participarán de forma voluntaria los miembros del club.
El tema del relato deberá estar relacionado con la lectura del mes
Los relatos no deberán constar de más de 600 palabras
Los miembros del club elegirán de entre todos los participantes mediante votación tres relatos que se considerarán 1º, 2º y 3º clasificado en función del número de votos obtenidos
domingo, 3 de octubre de 2021
BLACKLLADOLID
El Club de Lectura Zaratán participó como invitado en alguna de las sesiones del primer Certamen de Literatura y Crimen de Valladolid.
Además de poder disfrutar de las interesantes conferencias que allí se ofrecieron, tuvimos la oportunidad de conversar con Dolores Redondo y Cesar Pérez Gellida, madrina y organizador del evento respectivamente, que se acercaron a saludarnos.
Repetiremos en próximos certámenes.
jueves, 17 de junio de 2021
Junio 2.021. La fiesta de la insignificancia , de Milan Kundera
La fiesta de la insignificancia es novela, pero también es ensayo, introspección y teología. Es novela porque relata las peripecias de Alain, Ramón, Charles y Calibán, cuatro amigos que viven en París, litigando con sus éxitos y sus fracasos. Es ensayo porque profundiza en el totalitarismo como fenómeno político y social, y es introspección porque su interpretación de la historia se fundamenta en la disección de las emociones humanas, no en la mera exégesis de los hechos. Por último, es teología porque se atreve a hablar de Dios y los ángeles, observando que los mitos no soportan el contraste con la razón, pero resultan necesarios para habitar un mundo repleto de misterios y paradojas.
La trama de la novela es insignificante, pues solo incluye paseos, conversaciones y una fiesta de aroma buñueliano, donde lo absurdo es una fuerza imparable que liquida los convencionalismos sociales. Kundera introduce personajes menores, que adquieren vida con unas leves pinceladas, y una divertida evocación histórica de Stalin, charlando con sus colaboradores más íntimos. El personaje de Charles rescata una anécdota pueril del dictador georgiano para especular con la posibilidad de escribir una obra de marionetas, pues la esencia del poder totalitario solo puede expresarse mediante lo cómico y disparatado. Stalin es tan grotesco como Hitler, pero la risa que nos inspira se congela al reparar en su poder. Nadie se atreve a cuestionar sus órdenes y eso le permite actuar de una forma “absolutamente personal, caprichosa, irracional, espléndidamente extraña, soberbiamente absurda”.
Cuando se atribuye la caza de 24 perdices no pretende que le crean, sino despertar temor y temblor, como el Dios del Antiguo Testamento. Su relato es ridículo, pues afirma que después de matar a 12 perdices y comprobar que había agotado la munición, se marchó, repostó cartuchos y aniquiló a las 12 restantes, que no se habían movido del árbol donde descansaban despreocupadas. Jrushchov, Beria, Kalinin y Brézhnev no exteriorizan su estupor hasta que se reúnen en un urinario. No saben que el dictador les espía mediante un orificio, regocijado por sus reacciones de incredulidad y desprecio. Solo es una broma, pero ninguno es capaz de apreciarlo. El terror que inspira el poder totalitario ha inaugurado una nueva era, que ha significado el “crepúsculo de las bromas”. El humor es lo insólito después de Auschwitz, Hiroshima o el Gulag soviético, donde el hombre deviene objeto, como demuestran los bocetos de Zoran Music, pintor esloveno y superviviente de Dachau. Los cadáveres apilados a la puerta de los hornos crematorios han sufrido una horrorosa deshumanización antes de ser incinerados.
En este nuevo período, los tiranos convierten la risa en su privilegio. Stalin se permite cambiar el nombre de Königsberg por el de Kaliningrado. Kalinin es el presidente del Soviet Supremo, pero es un hombre insignificante con problemas de próstata. Stalin se divierte con él, cuando advierte que su vejiga está a punto de explotar. Sabe que no se atreverá a interrumpirle y acabará manchando el pantalón en su presencia. Stalin imita a los dioses griegos, que combaten el tedio arrojando desgracias sobre los hombres. Königsberg es la ciudad donde Kant nació y pasó su vida. No es una mala broma asignarle el nombre de un pobre esbirro, incapaz de controlar sus esfínteres.
Milan Kundera, que fue expulsado del partido comunista checo por su oposición a la intervención soviética, ajusta cuentas con el pasado, explorando la naturaleza del totalitarismo desde una perspectiva insólita. No es menos original su visión de la mujer y el destino de la humanidad. Alain recorre París, fascinado por el ombligo de las mujeres, nuevo fetiche sexual. Los muslos, los senos y las nalgas han sido desplazados por el ombligo. El amor ya no es la celebración de lo individual e irrepetible, sino la exaltación de lo idéntico y redundante. Las nalgas de la mujer amada nunca se olvidan, pero todos los ombligos son iguales e indiscernibles, reflexiona Alain, que contempla preocupado el ocaso de la individualidad. En el siglo XXI, no es necesaria una dictadura para que el individuo retroceda, pues la banalidad puede ser igualmente dañina. Para Alain, el ombligo no es tan solo un objeto erótico. Antes de abandonarle, su madre contemplaba su ombligo con una mezcla de compasión y desdén, pues deseaba evitar su nacimiento.
Las páginas que relatan su frustrado intento de suicidio y su inesperado desenlace son particularmente intensas y sobrecogedoras. No es menos inquietante su sueño de una caída interminable con un asesino esperándola en el suelo. No es la madre de Alain la que se despeña, sino Eva, la primera mujer, y el asesino que desea degollarla pretende aniquilar el pasado, el presente y el futuro de la humanidad. Eva carecía de ombligo, pues el ombligo encarna la continuidad de la vida, no su principio. El primer coito entre Adán y Eva -probablemente, nada placentero- alumbró una especie condenada a soportar hambre, masacres, penurias y humillaciones. Kundera esboza un nihilismo agravado por la sombra de la culpabilidad. Alain exclama: “Sentirse o no sentirse culpable. Creo que todo radica en eso. La vida es una lucha de todos contra todos”. Si existe la fraternidad, no es un aspecto del paisaje cotidiano, sino una rareza.
Kundera escarnece al ser humano con la perspectiva del narrador omnisciente, especialmente durante la estrambótica y tediosa fiesta que reúne a todos los personajes, pero no desemboca en un pesimismo como el de Schopenhauer, si bien se permite bromear sobre las virtudes de la castidad. El bien existe, no es una simple fantasía simbolizada por mitos como Dios y los ángeles. El bien es reconocer la insignificancia del mundo y amarlo. “Esa es la clave de la sabiduría”. Ignoró si a los 85 años Kundera ha escrito su testamento literario, pero no es improbable. Nos deja una apología del ser, el atisbo de una metafísica y una meditación sobre el poder, el sexo y la belleza.
La fiesta de la insignificancia es una magnífica comedia que nos deslumbra con su exaltación de la vida y su ironía sobre las diferentes facetas del ser humano, que ama sin saber por qué, desea sin entender qué le mueve y espera sin albergar ninguna certeza.
lunes, 10 de mayo de 2021
Mayo 2021. La Ruzafa de Fco. Martín Moreno
Esta vez contamos con la presencia del autor que presentará personalmente la obra.
Mientras Rafael Sánchez, alias “La Ruzafa”, un homosexual de avanzada edad que en su juventud había sido muy popular con su espectáculo de travestismo, se debate entre la vida y la muerte en la UVI, las tres personas que mejor lo conocieron: Almudena, su primera novia; La Argentina, su mejora amiga; y José Manuel, su amante durante casi dos décadas, rememoran en la sala de espera su vida y la de ellos mismos, tres formas distintas de sufrir la represión por su diversidad sexual.
La tensión, propia por la espera del fatal desenlace, se dispara cuando conocen que el presunto agresor de Rafael se ha entregado a la policía y uno de ellos, que parece tener información privilegiada, defiende la idea de que quizá no sea este el agresor.
Nos vemos el próximo miércoles 19 de mayor, a las 20 h, en el Centro Cultural Azarbe de Zaratán
domingo, 21 de marzo de 2021
Abril 2021. El Hereje, de Miguel Delibes
Marzo 2021. Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite
Sofía Montalvo y Mariana León fueron amigas en el colegio. Sofía, joven imaginativa, de carácter abierto, se ha visto atrapada en una anodina existencia de esposa y madre de familia. Mariana se ha convertido en una brillante psiquiatra de moda. Al cabo de más de treinta años, el azar las hace coincidir y el recuerdo de su amistad desencadena en ambas una revolución interior que irá creciendo a lo largo del libro.
En el encuentro, Mariana evoca la afición de Sofía por las palabras y la anima a escribir. Ella, con la sensación de quien se dispone a ordenar el cuarto donde se amontonan los miedos, objetos, presencias y fantasías, estrenará su primer cuaderno. Entretanto, Mariana se marcha de Madrid y compone para Sofía cartas que no se atreve a echar al correo, donde va tomando el pulso a su desintegración psicológica. La novela es, así, la historia de dos escrituras, pero también, quizá por encima de todo, la reconstrucción de una amistad.
Carmen Martín Gaite, dueña de un estilo que se mueve con idéntica soltura en los diálogos, las invocaciones poéticas, la creación de personajes accesorios, los momentos de suspense o las asociaciones surrealistas, ha sabido captar con maestría los cambios de postura, los giros del alma de sus entes de ficción en una de las novelas españolas de mayor éxito nacional e internacional.
Carmen Martín Gaite (1925-2000) es una de las escritoras más importantes y galardonadas de nuestra literatura. Entre sus novelas figuran Entre visillos,Ritmo lento, Retahílas, Fragmentos de interior, El cuarto de atrás y, publicadas por Anagrama, Nubosidad variable, La Reina de las Nieves, Lo raro es vivir, Irsede casa y Los parentescos, al igual que Cuentos completos y un monólogo, los ensayos Usos amorosos de la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo), Usos amorosos del dieciocho en España, El proceso de Macanaz, El cuentode nunca acabar, Agua pasada, La búsqueda de interlocutor y Pido la palabra, y la obra teatral La hermana pequeña.
Nos vemos en el salón de actos del Centro Cultural Azarbe. Zaratán
sábado, 13 de febrero de 2021
Febrero 2.021. La tía Tula, de Miguel de Unamuno
La tía Tula aborda el tema de la maternidad desde una perspectiva trágica, pues el amor asociado al alumbramiento y el cuidado de una nueva vida no siempre produce de la felicidad. Desde joven, Gertrudis, más tarde la “tía Tula”, no advertirá grandeza en el matrimonio, salvo como vehículo de la vida. El sexo le horroriza, pues le parece algo sucio y turbador. Sin embargo, su temperamento no es frío, sino ardiente. Ardiente en lo afectivo y espiritual. De hecho, Teresa de Jesús es su inspiración. En sus páginas, aprecia el pálpito del amor, del único amor que desea emular. Para Tula, el amor a Dios y el amor de Dios convergen en la figura de la Madre. La Virgen María no es un personaje secundario, sino el pilar de la fe, pues Dios es Padre, sí, pero sobre todo es Madre. Amar a Dios significa estar al pie de la Cruz, atender a los hijos y a los enfermos, permanecer en vela junto al lecho de los moribundos. Ese amor imita el amor de Dios, que acepta la humillación, la servidumbre y el desamparo para no abandonar al hombre a su suerte, condenándole a ser esclavo de su finitud. La tía Tula lee con devoción a Santa Teresa, pero en su temperamento altruista y visionario también se reconoce la huella de don Quijote, dispuesto a renunciar a todo para servir a sus ideales. En un prólogo atípico, Unamuno señala que no pensó en la reformadora del Carmelo ni en el hidalgo de la Mancha cuando escribió su novela, pero ya no puede desligar a su personaje de esas dos figuras. Aunque una pertenece al mundo real y otra al de la ficción, las dos despuntan por cualidades –y anomalías– que se repiten en la tía Tula: espíritu de entrega y sacrificio, hambre de absoluto, anhelo de trascendencia, fervor utópico, subjetividad exacerbada, intransigencia con la mediocridad, incapacidad para convivir con los límites objetivos del mundo real, fantasía desbocada, rigorismo moral, desdén hacia lo mundano y material, escasa indulgencia con las debilidades ajenas, reticencia al cambio y al progreso, represión de las pasiones reales, carnales.
Gertrudis tiene “unos ojazos de luto que se le meten a uno en el corazón”. Su mirada cautiva y sobrecoge, desprendiendo autoridad y profundidad. Su hermana Rosa no se parece a ella. Apocada, dulce y acomodaticia, no se atreve a dar un paso sin el beneplácito de su hermana. Huérfanas de padre y madre, Gertrudis y Rosa viven con don Primitivo, su tío, un sacerdote de carácter bondadoso, pero débil y de escasas luces. Cuando Ramiro, un joven atractivo, pero de temperamento pusilánime, empieza a rondar a las hermanas, Gertrudis decide enseguida que se desposará con Rosa, acordando un matrimonio que los dos cónyuges acatan como un sacramento, más preocupados de complacer a su artífice que de alcanzar una felicidad auténtica y sincera. Cuando la unión produce el primer fruto, un niño al que bautizarán con el nombre de Ramiro, Gertrudis se convierte definitivamente en la tía Tula. Durante el parto, Tula ayuda al médico y atiende a su hermana, que está a punto de perder la vida. Cuando don Primitivo halaga su conducta, Tula responde que “toda mujer nace madre”. Desde un principio, asume la educación del niño, determinada a ocultar a su incipiente conciencia “el amor del que había brotado”. Para espantar hasta “las más leves y remotas señales” de la pasión, cuelga de su cuello “una medalla de la Santísima Virgen; de la Virgen Madre, con su Niño en brazos”.
Miguel de Unamuno se casó con Concha, proclamando que llegaba intacto al lecho nupcial. Es una confesión insólita en un hombre de su época. Unamuno detestaba el donjuanismo y encomiaba la castidad. Su vocación era ser padre e hijo. Padre de una numerosa prole –tuvo nueve vástagos– e hijo de su esposa, a la que atribuía el papel de Madre. Su odio a la lujuria y a cualquier forma de concupiscencia se proyecta en la figura de la tía Tula, pero no de una forma apologética, sino despiadadamente autocrítica. Tras la muerte de don Primitivo, cuya “voz sola era un consejo de serenidad amorosa”, Tula reforzará su papel como Madre, trasladándose a casa de su hermana Rosa, donde ejercerá una autoridad maternal que nadie se atreverá a cuestionar. Gertrudis es “todo alma” o, al menos, esa es la imagen que intenta propalar de sí misma, pero eso no obstaculizará que su cuñado Ramiro fantasee con ella, especialmente después de la prematura muerte de Rosa. Rosa “vivía con el corazón en la mano y extendía ésta en género de oferta, y con las entrañas espirituales al aire del mundo, entregada por entero al cuidado del momento, como viven las rosas del campo y las alondras del cielo. Y era a la vez el espíritu de Rosa como un reflejo del de su hermana, como el agua corriente al sol de que aquél era manantial cerrado”. El agua corriente posee un indudable atractivo, pero el sol deslumbra, hipnotiza… y quema. Rosa tenía algo de “planta en la silenciosa mansedumbre, en la callada tarea de beber y atesorar luz con los ojos y derramarla luego convertida en paz”. En cambio, Tula no irradia mansedumbre ni paz, sino una callada –y casi siempre inadvertida, incluso para ella misma– desesperación romántica. Su afán de pureza nace de una inconsciente búsqueda de lo absoluto que no transige con la tibieza o la indolencia. Ramiro, que ya había experimentado durante su noviazgo con Rosa la seducción de un espíritu tan abrasador como el de Teresa de Jesús, sucumbe a un enamoramiento con tintes de obsesión, pidiéndole a su cuñada que ocupe el lugar de su hermana. Ramiro especula que el amor se parece a la oración. No es algo que se pueda hacer a horas fijas, conforme a un canon o costumbre, sino una forma de entrega sin límites. “Es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios”. Al contemplar a su mujer alumbrando a su primer hijo, comprende “cómo es el amor más fuerte que la vida y que la muerte y que domina la discordia de éstas; cómo el amor hace morirse a la vida y vivir a la muerte”. El amor es “carne que vive”.
Para Unamuno, para la tía Tula, incluso para Ramiro, cobarde e inseguro, el amor sólo muestra su trascendencia al producir vida. Rosa muere con “una pregunta desesperada y suprema en la mirada”, interrogándose sobre el sentido de la vida. A pesar de su mente apocada, Ramiro barrunta que la mujer no puede morir, que Rosa sigue viva en él y en sus hijos, que forma parte de una cadena, gracias a la cual la muerte palidece y retrocede. Sin embargo, nota que no es suficiente, que la vida, además de continuidad, exige pasión, pero Gertrudis, que no le permite llamarla Tula, no está dispuesta a complacer su deseo de convertirla en su esposa. Se considera la madre de sus hijos y la madre de Ramiro, pero rechaza violentamente la llamada del placer. Se siente muy satisfecha de proporcionar a los hijos de su hermana Rosa “un lugar limpio, castísimo”, sin puertas cerradas ni misterios. Ramiro le suplica que cambie de opinión, que se case con él. Gertrudis abre una puerta, fijando un plazo de un año para tomar una decisión. Piensa que “el oficio de la mujer es hacer hombres y mujeres”, nota el pálpito de la vida en sus entrañas, pero su maternidad es espiritual, no fruto de la carne. Además, no quiere ser madrastra de sus sobrinos, sino madre, y si engendrara hijos propios, quizás los querría más que a los de su hermana y esa posibilidad le resulta inaceptable.
Durante unas breves vacaciones en un pueblecito de montaña cerca de la costa, Tula descubre que el campo enciende los sentidos. Por el contrario, el mar transmite pureza e invita a la virtud. Cuando finalizan las vacaciones, celebra su regreso al paisaje urbano: “En la ciudad estaba su convento, su hogar, y en él su celda”. Gertrudis no es una fanática. Conoce la duda y a veces se pregunta si su actitud no es inhumana. Se pregunta si no actúa como un armiño, que deja a su compañero ahogarse en un lodazal por no mancharse. Ramiro no soporta la situación y acaba enredándose con Manuela, una pobre hospiciana que trabaja en la casa como criada. Cuando la muchacha se queda embarazada, la tía Tula le obliga a casarse con ella, pese a las diferencias de clase, comunicándole que será la madre de la criatura y de los niños que vengan. “Eres una santa –comenta Ramiro-; pero una santa que ha hecho pecadores”. Inesperadamente, Ramiro enferma de pulmonía y muere. Deja cinco hijos. Tres de su matrimonio con Rosa, y dos de sus segundas nupcias. Su muerte afecta terriblemente a la tía Tula, que soportó con entereza la de Rosa y la de su tío el cura. La pérdida de Ramiro devasta el centro de su alma. Su conciencia y su instinto natural le empujan a cuidar de los cinco huérfanos, sus hijos, sí, pero quizás los hijos de su pecado. Aunque cree firmemente en Dios, se plantea si el cristianismo no es sólo una religión de hombres, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ocupando el altar principal. Siempre ha sentido rechazo hacia el hombre, siempre ha visto en él al bruto, al ser impetuoso y ciego que sólo se preocupa de aplacar sus apetitos. Tula piensa que el personaje más importante del Evangelio no es Cristo, sino la Santísima Virgen. Esa Madre desairada por Jesús en las bodas de Caná. La Virgen y no la Santísima Trinidad debería ser el centro de la revelación, pues sólo una mujer puede salvar al ser humano de su desamparo existencial.
La “virginidad maternal” de la tía Tula convive con un “culto místico a la limpieza”. La muerte no le resulta tan perturbadora como una mancha, aunque proceda de algunos de sus hijos. Cuando Manuela, la última hija de Ramiro, vomita y mancha unas sábanas, no puede reprimir el asco, pero le horroriza aún más pensar que en sus entrañas maternales no late el amor a la verdad, sino una dudosa pureza que ha sembrado la desgracia entre sus seres queridos. Esa pasión por la pureza explica su afición a la geometría, que surgirá al ayudar a sus hijos –en realidad, sobrinos– a estudiar matemáticas. La anatomía y la fisiología le parecen porquerías. Por el contrario, los poliedros invocan la luz, la perfección de lo abstracto y etéreo. Se parecen al mar y al sol, que resplandecen limpiamente. De nada sirven estas especulaciones, pues en el fondo de su conciencia Tula sospecha que sus desvelos no nacen del cariño, sino de la soberbia. A veces, se pregunta si no ha caminado por el mundo de puntillas, esquivando la vida real, con sus pasiones y riesgos. Cuando su salud empieza a declinar, exclama que se ha pasado la vida soñando, no amando. Para ella, su hermana, sus sobrinos, su cuñado, sólo han sido objetos que le han permitido realizar su fantasía de una maternidad virginal: “¡Muñecos todos!”. Si hubiera amado de verdad, se habría arrojado al fango, al albañal, sin miedo a mancharse. Piensa que no verá el cielo, al menos de forma inmediata, pues su lugar es el Purgatorio, donde expían sus culpas “los que no quisieron lavarse con fango”. Poco antes de expirar, musita un consejo que resume su amarga experiencia de la vida: “No tengáis miedo a la podredumbre… Rogad por mí, y que la Virgen me perdone”.
En ciertos aspectos, La tía Tula refleja una época que ha quedado atrás. En una sociedad secularizada, las fantasías de pureza son casi inexistentes. La idea de una virginidad maternal resulta tan extravagante como anacrónica. Sin embargo, La tía Tula no ha perdido su fuerza, ni su capacidad de emocionar. Unamuno plantea preguntas que quizás ya no son tan acuciantes, pero que perviven en la conciencia colectiva: ¿qué es el amor?, ¿qué significa la maternidad?, ¿qué sabemos de nuestros verdaderos deseos?, ¿es mejor reprimir o liberar las pasiones?, ¿qué nos espera después de la muerte?, ¿en qué consiste la virtud?, ¿qué papel desempeña la familia en los afectos?, ¿nos atemoriza ser felices?, ¿nos hace más vulnerables la sinceridad?, ¿cómo vivir para los otros, sin descuidar nuestras necesidades? Unamuno escribió en Vida de Don Quijote y Sancho: “Mira lector, aunque no te conozco, te quiero tanto que si pudiera tenerte en mis manos te abriría el pecho y en el cogollo del corazón te rasgaría una llaga y te pondría allí vinagre y sal para que no pudieras descansar nunca y vivieras en perpetua zozobra y en anhelo inacabable”. La tía Tula provoca zozobra y un anhelo inacabable, pues nos enfrenta a preguntas esenciales que previsiblemente se prolongarán tanto como la vida de nuestra especie. Aunque se intuya como escenario la Salamanca de principios del siglo XX, la ausencia de descripciones sitúa la trama en un plano intemporal que permite trascender la circunstancia histórica. Pese a que los valores hayan experimentado notables cambios, aún persiste el conflicto que crea la pretensión de realizar un ideal. Tula sacrifica su vida a un ideal, pero como suele suceder en estos casos su sacrificio arrastra a otros, creando un sufrimiento que pone en tela de juicio la moralidad de los principios invocados.
Nos vemos el próximo sábado 20 de febrero a las 12 h en el Centro Cultural Azarbe de Zaratán
Enero 2.021 Pelea de gallos, de María Fernanda Ampuero
La violencia que todo lo toca
Lo más destacable de «Pelea de gallos» no es la forma sino la intención. No destacan los relatos por una innovación estética en la estructura de la trama sino por la fuerza que subyace en cada palabra que se dice (y las que no). Ampuero trabaja con la violencia normalizada y la usa de masa para engendrar criaturas más o menos desgarradas. Esa violencia, que proviene de los silencios familiares y se extiende a las relaciones de amistad y de pareja, esa violencia que tiene un eco seductor y perverso que puede jodernos la vida de un instante al siguiente. Sobre ella se centran la mayoría de los cuentos y se construye una obra potentísima y sincera.
Por otro lado, María Fernanda Ampuero escribe con crudeza pero con un dominio de lo breve que me ha asombrado profundamente. Hay en ella una voz soberbia que grita por hacerse oír, y lo consigue. Te sientes atrapada desde la primera página y te sumerges en esa extrañeza que producen ciertos libros y que te lleva a desear habitar en ellos para siempre, por retorcido que pueda resultar en este caso.
La intencionalidad de lo breve no sólo la vemos reflejada en la concisión del lenguaje sino en la elección de cada título que consiste en una única palabra-nombre-identidad. Algunos de los que más dejan en evidencia esa actitud por lo breve, pensando en su estructura y su trama, son «Pelea de gallos» y «Cloro», no porque necesariamente sean los más cortos, sino porque parecen estar llenos de ventanitas que dan hacia otra parte, que permiten reflexionar, observar, cosas que no están en escena pero que forman parte de ella. Lo breve no como la certeza de que la vida puede asirse, sino como un espacio donde soltar muchas chispas, casi invisibles, que permitan la conformación de una realidad más compleja. La forma en la que Ampuero consigue esto es asombrosa.